Por un lado hay grandes superficies acristaladas que, como un diafragma segmentado, abren la casa al paisaje; por el otro lado, tabiques de madera y núcleos internos funcionales que conducen hacia dentro de la casa, trazando recorridos al lado de las ventanas y que luego vuelven a la penumbra de los espacios más internos. El espacio es fluido, continuo, ininterrumpido. Los límites no están definidos, los espacios se transforman siguiendo los ritmos habituales del día. Los grandes paneles deslizantes modulan habitaciones ideales, crean fisuras de compañía, de luz, de curiosidad y, por tanto, de juego dinámico. En el exterior, cerca de los ventanales de la sala de estar, el agua de la piscina refleja las variaciones del cielo. En el interior, a poca distancia, el fuego de un brasero apoyado en el suelo calienta y hace compañía en los fríos días de invierno.